domingo, 24 de mayo de 2020

La tierra de mi padre. Episodio 1: la caza

Esta serie de Post los empecé a escribir en conversaciones con mi padre en presente y…  así lo dejo. Padre, ya no puedo consultarle más dudas, descansa en paz.
Gracias, me ha costado retomar la escritura.
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Mi padre no tenía ninguna ambición por salir del pueblo. Estaba cerca de sus padres, le gustaba la caza (en mano), el dominó y su profesión. Mi padre es médico.
A mediados de los años 50 (del siglo XX) un médico, con las igualas (médicas) en un sencillo pueblo de la comarca de La Vera … vivía … vivía ... incluso con cierta comodidad, siendo además considerado y respetado. (Los agentes de la autoridad auxiliarán a los Titulares del presente carnet, guardándoles en todo caso las consideraciones debidas), ponía al pie del carné del Colegio Oficial de Médicos.
Extremadura

El primer destino de padre como médico fue en Yanguas de Soria y el segundo en Aldeanueva de La Vera.
En Aldeanueva, buscó una casa en el centro, de la que ocupábamos la última planta. No tenía “agua corriente”. Todas las mañanas se “subían” cántaras de agua para la cocina y el aseo personal. Había personas en esa época que su trabajo consistía en esos menesteres y había oficios como el de aguador, que eran muy populares en esos años.
Nuestra casa tenía un solar de tierra delante, este solar terminaba en la carretera. Carretera que hoy denominaríamos camino, pues era de tierra. Ese tipo de carreteras, necesitaban de otra profesión olvidada, la de peones camineros.
Este era uno de los mayores inconvenientes de la comarca hasta mediados de los años 70, las comunicaciones. Los caminos, más bien senderos, siempre llenos de vericuetos y mal cuidados, hacían lentos e incomodos los viajes. Esta ha sido la principal razón de que se prolongara el aislamiento de la zona y el progreso tardara en llegar.

Los domingos padre madrugaba. Se vestía con pantalones de pana, jersey de lana, unas botas chirucas y el sombrero. Padre siempre se protegía la cabeza con sombrero. Antes de salir se ajustaba la canana de cuero desgastado a la cintura, comprobando disponía de media docena de cartuchos del 12. Los cartuchos los había preparado la noche del sábado recargándolos con la prensa heredada de su padre, que vivía en el cercano pueblo de Losar de la Vera.
La caza de aquellos tiempos era muy artesanal. Requería preparación y conocimientos de varias materias. Más que una afición, casi era una mezcla de oficios.
Una vez preparado se colgaba el zurrón, también de cuero, en bandolera y comprobaba que dentro llevaba la bota de vino, pan y tasajo. Sólo quedaba pasar por el corral de Bartolomé, donde guardaba a Day, su perro de caza.



Day tenía aire de pointer, pero nunca supo mi padre su raza real. Se lo dejó a su cuidado un compañero de la facultad de Salamanca (creo que padre me dijo se llamaba Julián, también médico) cuando a Julián le destinaron a Valladolid.
Day lo recibió padre 4 años antes de nacer yo y murió cuando yo tenía 10 años. Day acababa de cumplir 14 años, cuando dejó de correr detrás de las pelotas que le soltábamos en la carretera.
A padre le gustaba más salir sólo a cazar. No le importaba ir con alguien en alguna ocasión, pero siempre me decía: “Carlitos, la caza requiere concentración y silencio. Day y yo somos suficientes. Al rastrojo no vamos de romería…”. El decía rastrojo en término genérico, pero iba más por hondonadas y pequeños barrancos que por rastrojos, que le pillaban más retirados del pueblo.
Padre siempre cazó a la mano como me decía él; al salto, que se dice de forma más académica.
Salía andando del pueblo, bajaba por el sendero que lindaba con la garganta de los Guachos y normalmente llegaba hasta pasada la unión con la garganta de San Gregorio. A padre siempre le gustó mucho andar. Siempre le comentaba yo que le gustaba más andar que cazar, a lo que me respondía: “eres un guasón” sonriendo, pero nunca negando la apreciación. Nunca le ví enfadado porque no hubiera cobrado pieza.
Muchos días volvía a casa de vacío, otras con una perdiz o un conejo. La fiesta era cuando cazaba una liebre. Padre le daba un especial valor a cazar una liebre. El contraste es que le gustaba más el arroz con conejo que con liebre, pero sentía que tenía más mérito conseguir la pieza de una liebre.
Padre era muy feliz al aire libre, andando y “pegando algún tiro, si se da la ocasión...”, como él decía.
Lo que de verdad le llenaba, era estar en contacto con la naturaleza.


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Turismo cultural activo, con la sensibilidad de una empresa familiar extremeña: Conyegar.